Luego de haber soportado diferentes instancias de acoso a los cuales acompañó distintos sumarios e investigaciones administrativas, fui erradicado de mi lugar de trabajo y trasladado a un nuevo destino.

Pese a que la investigación administrativa había determinado que era el único funcionario al que  no correspondía  sanción, se hacía ver todo el acoso, como un conflicto entre mi persona y las autoridades responsables del mismo.

De la misma forma que para mi se ordenaba –por razones de mejor servicio-el traslado, también consideraba la misma situación para la otra parte a las cuales le cabía, por cierto sanciones disciplinarias.

Nada de esto se cumplió y por el contrario el único trasladado fui yo, a lo que siguió la quita de las sanciones a los responsables, en lo que fue una clara demostración de abuso de poder

Una vez dispuesto mi traslado, comencé a viajar a mi nuevo destino, un establecimiento rural distante a más de cien kilómetros de Maldonado, lugar donde resido.

Sin tener idea de donde quedaba ese sitió,ni que me esperaba, tomé el ómnibus y me dirigí allí, en una mezcla ambigua de depresión y expectativa, simplemente por el hecho de que volvía a trabajar.

Luego de caminar muchos kilómetros llegué al sitio, un viejo establecimiento ruinoso a donde se dedicaban a la cría de ganado.

Allí me esperaba un señor que caminaba dificultosamente con una muleta, lo que siguió después fue mostrarme el lugar donde yo debía de permanecer, una especie de galpón abandonado, con piso de tierra y acopio de insumos de campo.

En ese lugar oscuro, tapeado con chapas debía quedarme, según sus órdenes. Atravesando el techado había palos y cuerdas destinadas a las tareas propias del lugar.

Por un momento pasó por  mi cabeza la idea de terminar mis días allí, no se que fue lo que me hizo cambiar de parecer, talvez el simple hecho de no pensar tanto mi y si pensar en las personas que me quieren.

En definitiva, pude salvar ese momento y me negué a permanecer en ese lugar, por lo tanto en los meses que siguió yo pasé a estar a la intemperie, con frió o calor, hasta que una Inspección General de Trabajo y Seguridad Social, intimó al Consejo de Educación a sacarme de ese lugar.

Cada vez que emprendía el viaje hacia ese destino tenía que levantarme de madrugada próximo a las cuatro de la mañana para luego arribar  a eso de las siete de la mañana.

Durante ese tiempo incierto, cada vez que subía al ómnibus y me ubicaba en el asiento comenzaba la depresión, que se disipaba en ocasiones, cada vez que la realidad se apoderaba de mis actos.

Una vez que llegaba a la ruta, yo debía de caminar varios kilómetros  hasta ese lugar, en el cual, no me esperaba nada, nada más que la soledad y el asilamiento

En ese trayecto, como señal de reacción, siempre pateaba un hormiguero, que se encontraba a la orilla del camino.

Era un acto reflejo inconciente, que hacia cada vez que llegaba allí, un acto desesperado de angustia y dolor, por cierto inentendible para aquellas hormigas que de tanto en tanto veían caer su esfuerzo.

Fue un día, aquel que casi por arte de  magia se agudizó mis sentidos y comencé a contemplar el hermoso paisaje que me rodeaba, el sonido del viento y el silencio del monte.

Desde ese momento cambiaron muchas cosas en mi vida, una de ellas fue mi actitud ante la vida y las circunstancias allí presente.

Ahora cada vez que llegaba trataba de comprender que la vida no podía ser todo lo malo que me sucedía, que debía de haber otras cosas, que planteada así, la vida, era un sin sentido.

En ese lugar descubrí que podía escribir, que podía transformar el dolor en prosas, la desesperación en poemas, la esperanza en relatos.

Una vez que dejé en paz a las hormigas, pude observar que su hormiguero era siempre el mismo, la misma forma y el mismo tamaño, las hormigas contruian hasta donde sabían, hasta donde su inteligencia les permitía llegar.

Por un momento comprendí, cuantas cosas en nuestras vidas hacíamos como ellas, desde entonces trato de no parecérmeles.

 

José Maria Cano

 

Maldonado, 20 de agosto de 2011.