Juan, Juan, Juan, Juan , Juan. Para!!!!!!!!!!
Hablas de ti como si estuvieras muerto, como si fueses un fantasma que vaga por la vida. Pero, ¿qué te pasa?
Mira, tómame de asidero que me parece bien. Debemos tener asideros, aunque sepamos, como tú sabes, que a veces son virtuales, más vale tener algo a lo que agarrarse.
NO me olvidaré de ti, nadie lo hará. Es más, no nos dejarás que lo hagamos porque tienes que dar mucha lata todavía.
Cuando te escucho, me llega una pena muy grande, un desenganche de tu propia persona, me llega un vacío y un sinsentido sobre la vida. No lo comprendo, eres una persona muy válida. Tus palabras me hacen sentir más cerca de ti, no más lejos y me gustaría que tuvieses eso claro. Cuéntame tus cosas porque si van sólo en tu interior nadie sabrá que necesitas ayuda, lo que te está ocurriendo.
Abre los ojos del corazón, habla sólo desde ahí, es ese el que tienes enfermo. Y como el corazón es la herramienta de querer y lo tienes enfermo, pues no te quieres. O más bien no sabes que te quieres. Y además, como lo tienes tan malito que ni oye ni ve, se cree también tu corazón que los demás no le quieren.
Por eso, habla desde ahí, cuéntame cosas, no pares de hablar, dime todo lo que pasa por ti, justo desde ese lugar que late aunque tú ahora no puedas escucharlo bien.
Y si yo no estuviera en tu vida, por algún motivo, si en tu vida no hubiese alguien como yo, no pares de contárselo a un cuaderno o a un amigo, o a un terapeuta. Las heridas se abren, se saca la infección y sanan. Pero primero hay que ver dónde están y cuáles son los síntomas.
En qué guerras has estado que has vuelto amputado de ti mismo. Cuénta corazón que yo te escucho y, sobre todo, tú te escuchas.
Un beso Juan, cuídate mucho y quiérete mucho.