Por Mariona Gabarra Cortés

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El Ave Fénix, conocido como “Pájaro de Fuego” se parece en forma y tamaño a un águila. Se dice que muere cada 500 años para luego renacer en toda su gloria. Se dice también que sus lágrimas son curativas.
He aquí su leyenda:
Érase una vez una princesa que vivía encerrada en un faro. El faro era el más alto del mundo, y estaba en el pico más alto de la montaña más alta, casi tocando el cielo.
Lunática, la princesa de nuestro cuento, se quedó sola cuando era muy pequeña, tan pequeña que tan sólo recordaba a sus padres por una fotografía que guardaba bajo su almohada de esparto. Como era incapaz de salir de aquel faro, se acostumbró a dormir sobre ella…
Pero sigamos con su historia.
Lunática vivía con el viejo Guardián del Faro, al que no pondremos nombre para no darle más importancia de la que se merece. Un hombre cubierto de maldad de abajo a arriba. Muy viejo, porque en el pueblo no se recordaba un guardián anterior a él. El miedo del viejo a quedarse sólo hacía que la tratara muy mal, hasta el punto de llegar a convencerla poco a poco de que no valía nada, que no era nadie y que jamás conseguiría hacer nada en su vida.


El viejo siempre decía que los padres de Lunática la abandonaron cuando era un bebé en aquel faro, y que ella debía estarle agradecida por cuidarla cuando nadie más lo hizo. Pero todos sabemos que cuando alguien hace algo por ti de corazón, no pretende que se lo agradezcas, sino que lo disfrutes…
Nuestra princesa estaba a punto de cumplir 16 años, edad en la que pasaría a ser la esposa del Guardián. Ella lo asumió sin protestar ya que sabía que, si no salía de aquel faro, jamás conocería el amor más allá de lo que le proponía el viejo… y ella era incapaz de salir de allí. ¡Sufría de vértigo! O, al menos, eso le dijo el malvado Guardián. Le contó que sus padres la dejaron en aquel faro por eso, porque sabían que jamás sería capaz de salir a buscarles. Se decía por el pueblo que ella era la hija de los Reyes de Altiria, una hija tan esperada que, al nacer, tantas eran las ansias de su madre por tenerla entre los brazos, que al cogerla, la niña cayó al suelo y, desde entonces, sufría el mal de las alturas… que por eso la abandonaron, porque era demasiado débil para ser princesa.
La Princesa pasaba las horas leyendo cuentos de princesas y príncipes. Y soñaba con que algún día, un príncipe azul vendría a rescatarla.
Una tarde, mientras Lunática limpiaba un espejo del recibidor del faro comenzó a sentir que alguien la miraba. Se fijó con detenimiento… desde tan lejos no podía reconocer las facciones de quien la observaba, pero ¡era azul! ¡Y tan sólo los príncipes son azules! Tenía que ver a ese príncipe. Tan sólo tenía que encontrar el valor suficiente para subir las escaleras del faro, algo que se volvía un mundo para alguien que sufría de vértigo… El primer escalón fue el más difícil de superar. ¿Nunca has sentido algo parecido? Estás al borde de un barranco y quieres saltar al mar, como han hecho los demás. ¡Pero te da miedo! Es un miedo normal, tan sólo un subidón de adrenalina que se puede disfrutar… sabes que cuando des ese paso ya no habrá vuelta atrás y eso lo hace más emocionante. Entonces, cuando estás decidido y nada puede pararte, cuando sacas agallas suficientes para dar ese paso, ese único paso… ¡saltas! Y es en ese justo instante cuando tu miedo llega al nivel más alto, justo cuando estás en el aire y sabes que ya está hecho.
Lunática subió aquel escalón. El resto no podrían con ella si no lo hizo el primero. Así que siguió subiendo… Pero nos olvidamos de que hay algo más poderoso que el miedo, algo que es capaz de paralizarte en un segundo, de atarte el alma con la soga cruel… la falta de confianza en uno mismo. Tan sólo cuatro palabras bastaron para que Lunática quedara congelada en el séptimo escalón: “Sabes que no puedes”. El Viejo Guardián entraba por la puerta. La Princesa salió corriendo a su habitación, y allí pasó los días llorando, convencida de que, como decía el Guardián, no podía hacerlo. Dicen que cuando nacemos tenemos un número de lágrimas contadas para utilizar en nuestra vida… Lunática debió gastarlas todas durante los siguientes días en que intentó subir ese tramo de escaleras que la llevaría a ser libre. Cuando consiguió recuperarse siguió leyendo y fantaseando con su mundo de princesas, ese que le estaba predestinado pero al que no la permitieron pertenecer. Y como cada uno nace con un fin, una meta, y la de Lunática era la de convertirse en princesa del reino más alto del mundo, un día, empujada por lo que se suele llamar “destino” sin pensarlo dos veces salió de su habitación y subió corriendo a lo alto del faro.
Lunática miró hacia todas partes, pero su príncipe no estaba. Trató de echar un vistazo al pueblo que tenía bajo sus pies pero empezó a marearse y trató de volver a entrar al faro. La puerta estaba cerraba. El viejo Guardián se encontraba al otro lado del cristal y le dijo: “Permanecerás ahí hasta el día de nuestra boda. Ya te advertí que no podías estar ahí fuera”. Lunática, muerta de miedo, comenzó a llorar, pero de sus ojos ya no brotaban lágrimas, las había gastado. Se hizo de noche y el viejo Guardián le subió un mendrugo de pan, agua, y una manta. Allí pasó la noche. Pretendía darle una lección para así quitarle las pocas fuerzas que la quedaban quitándole también aquello a lo que todos tenemos derecho. Quería que creyera que jamás dejaría de depender de él.
A la mañana siguiente un canto que jamás había escuchado la despertó. Mientras conseguía adaptar la vista cegada por el amanecer comenzó a ver esa figura de color azul que descubrió mientras limpiaba el espejo. ¡Era un pájaro! Un raro pájaro con una larga cola llena de plumas de colores y rodeado como de un aura azulada. ¡Y era enorme! Razón más que suficiente para confundirle con un príncipe azul…
El pájaro le preguntó porqué estaba ahí arriba y ella le contó su historia. El pájaro rió al saber que aquella muchacha le había confundido con su príncipe azul. “Se nota que no sabes cómo es el mundo de ahí fuera”, le dijo a Lunática. “Ahí fuera los príncipes ya no existen, ni los cuentos, ni la magia”. A lo que Lunática le respondió “Eso es algo que no creeré hasta verlo con mis propios ojos”. El pájaro volvió a reír y le preguntó si de veras quería verlo. Ella afirmó. “Súbete encima de mí y volaremos por todo el mundo”. Ella aterrorizada le dijo que ¡no podía! ¡Sufría de vértigo! El pájaro la contestó:
“El vértigo no es más que el miedo a estar lejos del suelo, y a veces eso en la vida resulta agradable.”
Y decidió darle tres días y tres noches para pensarlo y tomar una decisión en firme. ¡Justo los días que faltaban para formalizar su matrimonio! Nuestra princesa pasó los tres días tratando de asomarse y mirar abajo, pero no pudo, con lo cual pensó que sería mucho más imposible volar para ella. Pero eso de que ya no había príncipes en su mundo… tenía que verlo para creerlo.
Al amanecer del tercer día apareció el ave de nuevo. Lunática le dijo según llegó “sí, quiero ver el mundo”.
Lunática subió al lomo de su amigo el pájaro y juntos se fueron a recorrer el mundo. Pudo sentir el viento en su cara, la lluvia salpicándola, el calor abrasador del sol, las personas, animales, plantas… todo lo que constituía aquel mundo que ella no conocía. El tercer día, por la noche, el pájaro la dejó en lo alto del faro y la preguntó “¿ves como el mundo no es lo que creías?” y ella le contestó “no, es mucho mejor de lo que imaginaba. Los que sois libres no sois capaces de valorar lo que tenéis. No hay príncipes, pero hay buenas personas que se sacrifican por los otros. No hay magia, pero qué es más mágico que los sentimientos que se comparten en ese mundo. No hay cuentos, pero cada uno tiene su historia, diferente, única, ¿acaso eso no son cuentos?” El pájaro dijo “recuerda: si quieres seguir disfrutando de este maravilloso mundo, tan sólo tendrás que saltar. No es un salto al vacío, no es un salto real del que desiste, es un salto interior hacia ti misma, hacia la creencia de que puedes ser distinta a cómo te han hecho creer que eres… y si te paras a pensar, recordarás que un día fuiste justo como ahora deseas ser. Lo llevas dentro, eres como tú te sueñas, no como los demás te hacen creer.”
Y se marchó. Lunática encontró la puerta abierta. Bajó a su habitación con la intención de recoger sus cosas y salir de aquel faro a vivir en el mundo al que pertenecía, pero… eso no era lo que el destino le tenía preparado.
El viejo Guardián entró en su habitación lleno de ira ya que Lunática desapareció el día de su boda. La insultó hasta hacerla sentir insignificante, y al ver que no salían lágrimas de sus ojos se volvió loco porque pensaba que era una forma de insultarle. La cogió por el brazo y la arrastró a lo alto del faro. La asomó al acantilado y la dijo “¿Quieres vivir ahí de veras? Lunática, sacando la poca fuerza que le quedaba se soltó de sus manos y le contestó “Prefiero saltar y ser libre que toda una vida aquí encerrada”. Y saltó. La Princesa consiguió al fin dar su salto de fe.
Pero no, no habréis pensado en ningún momento que ese sería el final de nuestra princesa ¿verdad? Esto es un cuento. Cierto es que no se trata de un cuento de duendes felices que pasean saltando y cantando pero, jamás, ni tan siquiera en la realidad, se escribiría un final tan duro para una persona tan VALIENTE.
Cuando el viejo Guardián se asomó para divisar dónde había ido la joven, ¡no vio nada! Excepto un pájaro algo raro que se marchó volando. Era ella. La princesa había sido recompensada con una segunda vida en forma de ave, para poder cumplir la misión que en realidad le correspondía por nacimiento: Velar por su pueblo. Y lo haría así, desde las alturas, para poder vigilar cada rincón y ayudar a almas que, como la suya, necesitaban alguien que les guiase y que les enseñase a creer en sus posibilidades.
Cuando la Princesa se acercó al viejo Guardián, le miró a los ojos y comenzó a llorar. ¡Ella que había gastado todas sus lágrimas! Una de esas lágrimas tocó el pecho del viejo y de pronto, éste se arrodilló y empezó a suplicarla perdón como un niño pequeño. Las lágrimas de la Princesa habían curado el alma de aquel viejo. Y, desde aquel día, nuestra pequeña Princesa viaja por los cielos usando sus lágrimas de mejor manera que cuando era humana, curando almas y ayudando a quien lo necesita. Ella es un… “Pájaro de Fuego”.
Sus padres creyeron que era demasiado débil para reinar, el viejo Guardián pensó que era demasiado cobarde para salir del Faro, pero en el mismo instante en que ella creyó en sus posibilidades se convirtió en Princesa de los cielos, y desde donde estaba pudo ver todo su reino desde la mejor de todas las vistas.
Consiguió ser LIBRE.